Sublime
Cuando era niño, visitaba la finca de mi abuelo al menos todos los domingos después del colegio.
Mi papá nos recogía del colegio y nos llevaba hasta la finca en el carro a eso de la una y media de la tarde. Luego de almorzar un sancocho de gallina hecho por mi abuela, mis hermanitos y yo, tomábamos una ducha con el agua gruesa y caliente del río Sinú que desborda por la "pluma" -dícese de la llave del agua-. Aunque pareciera raro, el agua es mas pesada y cae sin dispersión cuando sale de la boquilla de la manguera o de la ducha.
Al terminar el baño, el sueño invadía nuestros ojitos y en alguna hamaca dormíamos durante dos horas seguidas. El calor relajaba nuestros cuerpecitos y la respiración profunda y pausada de mis hermanos se sentía retumbar a través del quiosco. Yo nunca he sido de mucho sueño, y sentado en una mecedora durante ese período del día, cerraba los ojos y dormía apenas unos quince minutos, al despertarme, toda la casa estaba en silencio. Y al mirar al patio de la finca, frondosos los guayacanes y los robles, despedían sus flores al aire invitándome a seguirlos.
La piel se me erizaba, y mis ojos ululaban mientras me preguntaba sobre los misterios que la montaña contenía. Y arrancaba en mi escalada por la "loma" una montaña de unos 100 mts de altura aproximadamente que se extiende bordeando un bajo cenagoso en forma circular por kilómetros hasta que se une a otra cadena montañosa en el horizonte y continúa perdiéndose a lo lejos.
Cada día subía la loma, sin mucha agua y cuarenta grados bajo el sol. Imaginando castillos enterrados, cuevas prehistóricas, tesoros escondidos, hombres con cabeza de pájaro que me seguían, meteoritos cayendo en la cercanía, dinosaurios pastando, árboles con cuerpo de mujer que se movían de su sitio, y serpientes gigantes que vivían en lo alto de una de las cumbres a las que le tenía pavor.
Esta cumbre en particular, eran 5 rocas apiñadas en la quilla mas alta del sector, bien notorias desde lejos y con una cueva en el medio. Al caminar por la falda de la montaña, las rocas tienen círculos como cacerolas talladas pero en alto relieve, y forman figuras simétricas. Arriba, la cueva. En la cima, se localizaba el nido de los "goleros" -aves carroñeras del tamaño de un pavo, según mis hermanos- sin embargo estos eran gigantes, y entre ellos había uno blanco con el cuello sin plumas.
Tomando los riesgos, un día me decidí a subir. Me preparé con cuerda, una manta, agua, unos limones, grosellas, naranjas, y un salchichón cervecero. Metí en mi maleta un cuchillo de cocina y una lupa de plástico. A eso de la una y cuarenta, inicié mi escalada. Peligrosa de cierto modo pues caerse significaba en el mejor de los casos, quedar bobo, loco o parapléjico.
Al llevar unos 30 minutos de camino lento y contenido por el susto, me topé con campo lleno de huesos. Y el olor a mortecino que penetraba mi nariz con insistencia. Todos los desechos de los goleros caían en ese pedazo del camino y si quería seguir subiendo, solo podía hacerlo por allí ó dando la vuelta y tomar la quilla por otra de las faldas, lo que me tomaría al menos 20 min mas. Decidí caminar por el sendero de huesos.
Había de todo. Incluso un cachorrito no muy bien comido y con todas las vísceras al aire, cabezas de rata, pollo y costillares de marrano. Todo traído de cualquier otra finca o lugar aledaño. Continué mi ascenso con el miedo de encontrarme con el gavilán blanco. En un punto muy inclinado perdí de vista la quilla y la cueva. Y tomé otro camino por accidente. Luego de una hora de caminata, no lograba llegar a la cima y ya estaba lejos de la casa. Entonces decidí comer naranjas y tomar agua. Allí observaba lo inmenso del valle, las aves flotando sobre el agua, y el reflejo del cielo sobre la ciénaga, ya eran las 4 pm y el sol anaranjado flotante en el horizonte cuidaba de mis pasos.
Tomé fuerzas y decidí subir a como diera lugar, hasta llegar a la quilla mas alta. Entonces decidí subir en línea recta hasta la cumbre. Unos 10 minutos y logré estar arriba. El viento soplaba fuerte y parejo, la vista era preciosa y los árboles me recibieron con el canto de las hojas en un momento de euforia. Caminé hacia la cueva lentamente y con el corazón a mil, pensando en todas las posibilidades, pero antes de eso, decidí parar y echar un vistazo nuevamente al horizonte. Allí quedé paralizado. Una corriente llenó mis brazos y mis ojos se aguaron, sentí un influjo de fortaleza en mi interior y mi respiración se entrecortó. Era la sensación de júbilo y grandeza que nunca había experimentado en mi vida hasta los 11 años de edad.
De repente una mirada rápida a mi lado derecho dejó ver una serpiente de tamaño considerable, verde con amarillo, y unos ojos negros profundos y redondos, de escamas romboides y vientre amarillo. El iris de sus ojos era amarillo y la lengua violácea. su cola puntiaguda y el cuello fusionado con su cuerpo. Allí imponente, me miraba con atención, me sensaba con su lengua me hipnotizaba. Impactado la adrenalina me hizo correr tan rápido como era posible, salté al barranco, escurriéndome por la ladera, con las manos abiertas y las piernas flexionadas, apenas paraba la inercia, volvía y saltaba para tomar momento en mi deslizamiento fugaz. De repente una maraña de cactus me esperaban, pero el agobio me anestesió y pasé de largo con la sábila en la cara y un centenar de espinas en las manos.
Al llegar a la falda, solo corrí de regreso a casa. Con la sensación de volver a la cueva y explorarla de nuevo. Sin dudarlo un solo instante.
Andrés
Mi papá nos recogía del colegio y nos llevaba hasta la finca en el carro a eso de la una y media de la tarde. Luego de almorzar un sancocho de gallina hecho por mi abuela, mis hermanitos y yo, tomábamos una ducha con el agua gruesa y caliente del río Sinú que desborda por la "pluma" -dícese de la llave del agua-. Aunque pareciera raro, el agua es mas pesada y cae sin dispersión cuando sale de la boquilla de la manguera o de la ducha.
Al terminar el baño, el sueño invadía nuestros ojitos y en alguna hamaca dormíamos durante dos horas seguidas. El calor relajaba nuestros cuerpecitos y la respiración profunda y pausada de mis hermanos se sentía retumbar a través del quiosco. Yo nunca he sido de mucho sueño, y sentado en una mecedora durante ese período del día, cerraba los ojos y dormía apenas unos quince minutos, al despertarme, toda la casa estaba en silencio. Y al mirar al patio de la finca, frondosos los guayacanes y los robles, despedían sus flores al aire invitándome a seguirlos.
La piel se me erizaba, y mis ojos ululaban mientras me preguntaba sobre los misterios que la montaña contenía. Y arrancaba en mi escalada por la "loma" una montaña de unos 100 mts de altura aproximadamente que se extiende bordeando un bajo cenagoso en forma circular por kilómetros hasta que se une a otra cadena montañosa en el horizonte y continúa perdiéndose a lo lejos.
Cada día subía la loma, sin mucha agua y cuarenta grados bajo el sol. Imaginando castillos enterrados, cuevas prehistóricas, tesoros escondidos, hombres con cabeza de pájaro que me seguían, meteoritos cayendo en la cercanía, dinosaurios pastando, árboles con cuerpo de mujer que se movían de su sitio, y serpientes gigantes que vivían en lo alto de una de las cumbres a las que le tenía pavor.
Esta cumbre en particular, eran 5 rocas apiñadas en la quilla mas alta del sector, bien notorias desde lejos y con una cueva en el medio. Al caminar por la falda de la montaña, las rocas tienen círculos como cacerolas talladas pero en alto relieve, y forman figuras simétricas. Arriba, la cueva. En la cima, se localizaba el nido de los "goleros" -aves carroñeras del tamaño de un pavo, según mis hermanos- sin embargo estos eran gigantes, y entre ellos había uno blanco con el cuello sin plumas.
Tomando los riesgos, un día me decidí a subir. Me preparé con cuerda, una manta, agua, unos limones, grosellas, naranjas, y un salchichón cervecero. Metí en mi maleta un cuchillo de cocina y una lupa de plástico. A eso de la una y cuarenta, inicié mi escalada. Peligrosa de cierto modo pues caerse significaba en el mejor de los casos, quedar bobo, loco o parapléjico.
Al llevar unos 30 minutos de camino lento y contenido por el susto, me topé con campo lleno de huesos. Y el olor a mortecino que penetraba mi nariz con insistencia. Todos los desechos de los goleros caían en ese pedazo del camino y si quería seguir subiendo, solo podía hacerlo por allí ó dando la vuelta y tomar la quilla por otra de las faldas, lo que me tomaría al menos 20 min mas. Decidí caminar por el sendero de huesos.
Había de todo. Incluso un cachorrito no muy bien comido y con todas las vísceras al aire, cabezas de rata, pollo y costillares de marrano. Todo traído de cualquier otra finca o lugar aledaño. Continué mi ascenso con el miedo de encontrarme con el gavilán blanco. En un punto muy inclinado perdí de vista la quilla y la cueva. Y tomé otro camino por accidente. Luego de una hora de caminata, no lograba llegar a la cima y ya estaba lejos de la casa. Entonces decidí comer naranjas y tomar agua. Allí observaba lo inmenso del valle, las aves flotando sobre el agua, y el reflejo del cielo sobre la ciénaga, ya eran las 4 pm y el sol anaranjado flotante en el horizonte cuidaba de mis pasos.
Tomé fuerzas y decidí subir a como diera lugar, hasta llegar a la quilla mas alta. Entonces decidí subir en línea recta hasta la cumbre. Unos 10 minutos y logré estar arriba. El viento soplaba fuerte y parejo, la vista era preciosa y los árboles me recibieron con el canto de las hojas en un momento de euforia. Caminé hacia la cueva lentamente y con el corazón a mil, pensando en todas las posibilidades, pero antes de eso, decidí parar y echar un vistazo nuevamente al horizonte. Allí quedé paralizado. Una corriente llenó mis brazos y mis ojos se aguaron, sentí un influjo de fortaleza en mi interior y mi respiración se entrecortó. Era la sensación de júbilo y grandeza que nunca había experimentado en mi vida hasta los 11 años de edad.
De repente una mirada rápida a mi lado derecho dejó ver una serpiente de tamaño considerable, verde con amarillo, y unos ojos negros profundos y redondos, de escamas romboides y vientre amarillo. El iris de sus ojos era amarillo y la lengua violácea. su cola puntiaguda y el cuello fusionado con su cuerpo. Allí imponente, me miraba con atención, me sensaba con su lengua me hipnotizaba. Impactado la adrenalina me hizo correr tan rápido como era posible, salté al barranco, escurriéndome por la ladera, con las manos abiertas y las piernas flexionadas, apenas paraba la inercia, volvía y saltaba para tomar momento en mi deslizamiento fugaz. De repente una maraña de cactus me esperaban, pero el agobio me anestesió y pasé de largo con la sábila en la cara y un centenar de espinas en las manos.
Al llegar a la falda, solo corrí de regreso a casa. Con la sensación de volver a la cueva y explorarla de nuevo. Sin dudarlo un solo instante.
Andrés
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