El enamoradizo

De rosados cachetes piernas regordetas y una activa mirada que camina a tropiezos y se balancea con temor y dulzura. Con cierta pausa, ritmo y cadencia llama la atención de las damiselas sobre el pasto a la orilla del rio,

Sus labios regordetes saborean el imaginario sexual de sus intenciones; mientras que sus manos elucubran con ternura la fechoría que naturalmente se convierte en la trampa predadora.

Se trepa a un árbol despilfarrando ósculos al viento,
trinando los instintos de la carne de manera inocente y recochera,
las damiselas observan sus piruetas y atraídas por el esplendor de su dulzura,
sucumben ante las promesas que viajan con las flores, con las hojas y con las otras damiselas.

Sentado en la fuente con gotas de miel ausculta los rincones de la mente,
atrapando a las bellas y a las bestias engullendo de una en una,
encadenando a los mirones con frivolidad, a seguir el espectáculo con indecencia y ebriedad,

Y crece en tamaño! y sus cachetes se inflan sonrosados! húmedos con la frivolidad puesta en escena, con el Edipo elocuente y vivaz retozando entre las piernas de Zeus.

Su glotonería lo ha convertido en un sabroso y tierno ejemplar llegada la tarde,
y cuando su silueta se refleja a lo largo de la pradera durante el atardecer, el hambre que genera induce al canibalismo.

Y todas las hadas del bosque prueban de su húmeda piel tersa,
los mortales en su baile constante: mirones ya cansados y hambrientos muerden con gusto sus gruesas piernas de amor,

Una jauría de mandíbulas rojas lo reducen en segundos mientras el sol desaparece.

A medida que la noche enfría el aire, su espíritu deambula neblinoso y acongojado,
disipándose por el río, errando durante el anochecer hasta por la mañana.
Su tierna carne se desgonza frívola en el recuerdo y su dulzura se la han repartido las flores en la mañana.


Andrés

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