Bois de Vincennes


Con un aire amplio, a yerba y a naturaleza, bastante relajado y solemne me recibió ayer el Bosque de Vincennes. Donado por Napoleón III al público parisino luego de ser un campo de entrenamiento militar. Su natural compostura, aroma, y colores disipan la anacróníca idea del jardín de la guerra que fué.

Ayer, los ojos en la Danza del Olivo me llevaron a tan bello paraje y recorrí uno de sus mas amplios senderos en su compañía.

Al cruzar el castillo de Vincennes una boda China nos recibió con su galantería por la salida sur del palacio. El vestido rojo de la novia contrastaba con la piedra caliza del castillo, el pasto verdoláceo y nuestra risueña presencia por salir en la foto. Seguramente salimos saltando y mostrándo nuestras amplias sonrisas, sin querer.

Al principio, unos magníficos caballos trotones aparecieron en escena saltando con sus jinetes a cuesta. Todo ese brío, toda esa energía latente en tan noble creación. Los caballos han sido la pasión de reyes, presidentes, libertadores, caudillos, narcos y lores de la guerra. En sí, un animal neutro de gran fuerza y elegancia, que combinado con el animal montado Homo sapiens sapiens (traducción irónica del latin) ha construído y destruído imperios.

Nos adentramos en los pasajes del bosque, con un clima suave y gentil, coqueteando con la brisa y la arena del suelo, los grupos de personas como arreglos florales animados se movían y reían con la larga puesta del sol.

La vegetación nos hizo la invitación a sentarnos y aprovechando un claro en el pasto silíceo por la sequedad del aire, descansamos en el sitio. Los pequeños insectos revoloteaban ante la apertura de la fruta fresca al aire libre. Un melón, unos tomatillos, carne seca, un mango y dos manzanas animaban la conversación exponencialmente.

En el picnic se nos unieron dos armadillos, que nacieron del interior del melón. De ojos saltones y tierna y enrojecida boca. Mientras pasaba el tiempo, del papel salieron un gato y una hoja, con quienes conversamos por cierto rato, la hoja se deshizo de la risa por los chistes del gato quien con su corbatín merodeaba entre los dos.

Un par de barcos vinieron entre horas paseándonos felizmente sobre el cielo azul, zarpando de regreso a la realidad. De regreso al mundo y a la soledad de la sociedad occidental.


Andrés

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