Peine mono y el árbol que camina
Iniciaba el día en el rover que nos llevaría desde el aeropuerto Internacional Alfredo Vásquez Cobo de Leticia hasta el resguardo indígena, cuyo nombre me reservo. El olor del exhosto llenaba nuestras narices entintadas con el smog de Bogotá con una mezcla de aire puro y diesel quemado.
Esa combinación de olores clásica de aventura y paseo en semejante santuario. Hora y media con todo el equipaje, las trampas, los estéreo microscopios y el ánimo vigilante de conocer el resguardo indígena y la selva del amazonas. Pronto, la vegetación cubría el cielo y el camino se hacía cada vez mas largo por el amarillento barro que se ensopaba en la carretera.
El rover haciendo gala de su experiencia, sorteaba las profundas zanjas, caminaba por el borde del mantequilludo barrial, mientras contemplábamos el inervado cielo con hojas, ramas, flores, aromas, pájaros, y las inevitables hormigas que viajaban con nosotros en el vehículo.
En la distancia un cerdo se escondía entre el monte y algunas casas de colonos se podían ver de repente en tierra abierta a diestra y siniestra en algunos tramos. Cuando nos internábamos mas y mas en el denso brócoli amazónico, lleno de árboles y monte, el sonido del rover parecía interrumpir el poderoso ritmo del bosque, el ruido del motor se ahogaba entre las hojas y la tartala de sus latas desaparecía en un esplendoroso sonido lleno de vida.
Habíamos llegado a los dominios de lo perpetuo, espiritual, racional, emocional... el rover paró y el tiempo se detuvo. Cada partícula de sangre, paró en mi corazón. La poderosa influencia de la finca Borneo en Córdoba al norte del país, era lo mas entonado en la sinfonía de mi cerebro para sobrellevar la emoción que significaba estar allí en el Amazonas, respirando la evolución de la vida.
El bosque penetró en mi corazón y se llenó de verde. Paulatinamente perdí el habla y mis ruidosos pensamientos entonaban preciosas sinfonías mientras cargábamos las maletas a las malokas y las chicharras trompeteaban dándonos la bienvenida con sus alas.
Dos kilómetros se fueron en dos segundos y la lluvia lavó la polución de Bogotá. El olor de la piel mojada de cada uno revivía los fibroblastos que allí residen, los mosquitos hacían énfasis en el respeto del lugar y los árboles y sus raíces testeaban nuestra pericia de orientación y equilibrio con simples trucos y problemas de tridimensionalidad. Las hojas acariciaban nuestra piel de vez en cuando, secando el sudor de nuestras frentes.
Estaba en mi lleré; muy silenciosamente rebosaba de felicidad. Sin contarle a nadie yo disfrutaba cada gota de lluvia, cada flor y fruto, cada enredadera en el sendero, y cada insecto que aparecía con sus fórmicas o quinolizadas esencias. La comunicación con el entorno era con todo el cuerpo, cada pista, cada vientecillo y cada seña sobre la superficie corporal era un modo de comunicación allí te das cuenta cómo y para qué sirve tu cuerpo.
Era solo el comienzo y hasta el momento la satisfacción era plena. Desde lo profundo del bosque un llamado entronado susurraban los grillos y me sugerían conversar con peine mono y el árbol que camina. Haciendo caso omiso y siguiendo la cordura decidí caminar con el grupo y establecer el campamento para iniciar nuestro trabajo de campo.
Continuará...
Esa combinación de olores clásica de aventura y paseo en semejante santuario. Hora y media con todo el equipaje, las trampas, los estéreo microscopios y el ánimo vigilante de conocer el resguardo indígena y la selva del amazonas. Pronto, la vegetación cubría el cielo y el camino se hacía cada vez mas largo por el amarillento barro que se ensopaba en la carretera.
El rover haciendo gala de su experiencia, sorteaba las profundas zanjas, caminaba por el borde del mantequilludo barrial, mientras contemplábamos el inervado cielo con hojas, ramas, flores, aromas, pájaros, y las inevitables hormigas que viajaban con nosotros en el vehículo.
En la distancia un cerdo se escondía entre el monte y algunas casas de colonos se podían ver de repente en tierra abierta a diestra y siniestra en algunos tramos. Cuando nos internábamos mas y mas en el denso brócoli amazónico, lleno de árboles y monte, el sonido del rover parecía interrumpir el poderoso ritmo del bosque, el ruido del motor se ahogaba entre las hojas y la tartala de sus latas desaparecía en un esplendoroso sonido lleno de vida.
Habíamos llegado a los dominios de lo perpetuo, espiritual, racional, emocional... el rover paró y el tiempo se detuvo. Cada partícula de sangre, paró en mi corazón. La poderosa influencia de la finca Borneo en Córdoba al norte del país, era lo mas entonado en la sinfonía de mi cerebro para sobrellevar la emoción que significaba estar allí en el Amazonas, respirando la evolución de la vida.
El bosque penetró en mi corazón y se llenó de verde. Paulatinamente perdí el habla y mis ruidosos pensamientos entonaban preciosas sinfonías mientras cargábamos las maletas a las malokas y las chicharras trompeteaban dándonos la bienvenida con sus alas.
Dos kilómetros se fueron en dos segundos y la lluvia lavó la polución de Bogotá. El olor de la piel mojada de cada uno revivía los fibroblastos que allí residen, los mosquitos hacían énfasis en el respeto del lugar y los árboles y sus raíces testeaban nuestra pericia de orientación y equilibrio con simples trucos y problemas de tridimensionalidad. Las hojas acariciaban nuestra piel de vez en cuando, secando el sudor de nuestras frentes.
Estaba en mi lleré; muy silenciosamente rebosaba de felicidad. Sin contarle a nadie yo disfrutaba cada gota de lluvia, cada flor y fruto, cada enredadera en el sendero, y cada insecto que aparecía con sus fórmicas o quinolizadas esencias. La comunicación con el entorno era con todo el cuerpo, cada pista, cada vientecillo y cada seña sobre la superficie corporal era un modo de comunicación allí te das cuenta cómo y para qué sirve tu cuerpo.
Era solo el comienzo y hasta el momento la satisfacción era plena. Desde lo profundo del bosque un llamado entronado susurraban los grillos y me sugerían conversar con peine mono y el árbol que camina. Haciendo caso omiso y siguiendo la cordura decidí caminar con el grupo y establecer el campamento para iniciar nuestro trabajo de campo.
Continuará...
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