Agradables coincidencias
EL 27 de Agosto de este año, entraba sudando por la puerta del aeropuerto el Dorado de Bogotá. Con el pasaporte recién emitido en la mano, documentos que sobresaltaban a la vista y una maleta naranja que trastabillaba detrás mío. Corriendo corriendo con destino al futuro. Futuro en el cual no pensaba tanto ni desmadraba demasiado, solo necesitaba sentarme en el Avión por 13 horas y luego por otras dos y media para alcanzar Paris donde tengo un romance secreto y después completar mi destino en Alemania.
A Bogotá había llegado hacía semana y media, con la idea de hacer la visa a alemania en menos de una semana, y volver a Europa para completar mi destino en Alemania. Todo marchó y finalmente allí estaba.
En fin, llegué muy temprano al aeropuerto... después de parir cambiando los euros para que nadie me viera con las hojitas esas en las manos, subí a la sala de espera y me senté sin mirar a quién. Allí leí por un rato y me reconcilié en un sueño repentino. De repente la mamá de un gran amigo, Oscar Suescún a lo lejos me observaba como si me conociera pero sin parecer estar segura de ello. Y depronto Nathalia saltó en la distancia yo hice señas con mis manos y me dirigí con emoción hasta donde ellos estaban.
La emoción de verlos por coincidencia me recordó las tantas cenas con buena conversa durante la noche, par de vinos, pasabocas y postres con la familia de mi amigo Oscar. Mi pesada maleta que siempre que salgo va apretujada, llena de no sé qué. Se enredó en las baldosas del aeropuerto mientras yo saludaba cálidamente. Un par de cafés, un para de risas y conversabamos tranquilamente esa tarde Bogotana, típica como cualquier otra en la que yo estaría mirando por la ventana de mi apartamento, hacia Monserrate nublado.
Un café acompañaba el buen rato y un postre de semillas de amapola se derretía con su cubierta azucarada mientras les contaba mis aventuras del último año. Ya habrían sido casi dos años desde que no visitaba a la familia de Oscar sin embargo durante el invierno del 2010 en Noviembre, me encontré casualmente con Nathalia en Paris con la que me tomé un café entre el Panteón, el observatorio y el Jardín de Luxemburgo.
Recuerdo que le decía que París le encantaría a Oscar si viniese y que se deleitaría con la increíble cantidad de libros, comida, cafés, y la gran diversidad cultural de la que tanto hemos conversado e hipotetizado en todos los términos habidos y por haber, es simplemente; un laboratorio cultural donde después de todo la libertad, la igualdad y la fraternidad son ideales que aunque no se cumplen todo el tiempo, te das cuenta que la libertad es mas que sentirse libre o hacer lo que se le de la gana, la igualdad es una calibración constante de tu ego y la fraternidad es definitivamente mantener el aprecio con sus debidas mesuras. Algo que aún como Latinoamericano tengo que trabajar por la intensidad de las pasiones que manejo.
Esta vez ya no me dirigía por mucho tiempo hacia Paris comenté. Iría a una antigua ciudad considerada la Florencia de la Europa del Este. Una ciudad con un pasado xenófobo y de reinos antepasados llenos de esplendor a la orilla del río Elba, en una región Alemana llamada Sajonia. Allí me presentaría a una entrevista doctoral al instituto Max Planck de Biología Molecular y Celular.
Después de un rato de conversa sobre la vida, los amores, los estudios, la familia y el futuro. Decidieron que llamarían a Oscar para que viniera a hacerme compañía mientras el vuelo llegaba.
Casualmente y hacía un año, mi amigo había estado a la misma hora en el mismo aeropuerto, despidiéndome cuando viajaba a Francia, esta vez lo vería de nuevo en las mismas circumstancias. Lo cual me llenó de emoción.
Doña Lucy y Nathalia se fueron luego de esperar al novio de Nathalia y a la hora y media mi amigo llegó con su novia Diana Lucía. La fraternidad nos envolvió mientras conversábamos alborotadamente sobre la vida, y los deseos de seguir. Soñando despiertos en el café del aeropuerto. Ya vendrá la hora en la que podremos conversar por largo rato, fundar una biblioteca gigante, tener otra para nosotros, leer en una cabaña al lado del mar arreglar y desbaratar el mundo que con el simple hecho de conversar, y discutir y manotear ideas al aire. Hemos hecho bastante con nosotros y lo que falta aún es mucho mas interesante.
Era hora, y me tocaba enfrentar la serpiente antes de la aduana a Cerberos antes de pasar al duty free del aeropuerto y tener la noche mas corta y el día mas corto mientras se vuela de Sur América hasta el viejo mundo y se llega justo al anochecer del dia siguiente. Verlos nuevamente en la puerta despedirme de ellos y ellos de mí, me hacía ver intensamente la idea de que los tres viajabamos de nuevo a parajes no descubiertos y que nos volveríamos a ver.
Andrés.
A Bogotá había llegado hacía semana y media, con la idea de hacer la visa a alemania en menos de una semana, y volver a Europa para completar mi destino en Alemania. Todo marchó y finalmente allí estaba.
En fin, llegué muy temprano al aeropuerto... después de parir cambiando los euros para que nadie me viera con las hojitas esas en las manos, subí a la sala de espera y me senté sin mirar a quién. Allí leí por un rato y me reconcilié en un sueño repentino. De repente la mamá de un gran amigo, Oscar Suescún a lo lejos me observaba como si me conociera pero sin parecer estar segura de ello. Y depronto Nathalia saltó en la distancia yo hice señas con mis manos y me dirigí con emoción hasta donde ellos estaban.
La emoción de verlos por coincidencia me recordó las tantas cenas con buena conversa durante la noche, par de vinos, pasabocas y postres con la familia de mi amigo Oscar. Mi pesada maleta que siempre que salgo va apretujada, llena de no sé qué. Se enredó en las baldosas del aeropuerto mientras yo saludaba cálidamente. Un par de cafés, un para de risas y conversabamos tranquilamente esa tarde Bogotana, típica como cualquier otra en la que yo estaría mirando por la ventana de mi apartamento, hacia Monserrate nublado.
Un café acompañaba el buen rato y un postre de semillas de amapola se derretía con su cubierta azucarada mientras les contaba mis aventuras del último año. Ya habrían sido casi dos años desde que no visitaba a la familia de Oscar sin embargo durante el invierno del 2010 en Noviembre, me encontré casualmente con Nathalia en Paris con la que me tomé un café entre el Panteón, el observatorio y el Jardín de Luxemburgo.
Recuerdo que le decía que París le encantaría a Oscar si viniese y que se deleitaría con la increíble cantidad de libros, comida, cafés, y la gran diversidad cultural de la que tanto hemos conversado e hipotetizado en todos los términos habidos y por haber, es simplemente; un laboratorio cultural donde después de todo la libertad, la igualdad y la fraternidad son ideales que aunque no se cumplen todo el tiempo, te das cuenta que la libertad es mas que sentirse libre o hacer lo que se le de la gana, la igualdad es una calibración constante de tu ego y la fraternidad es definitivamente mantener el aprecio con sus debidas mesuras. Algo que aún como Latinoamericano tengo que trabajar por la intensidad de las pasiones que manejo.
Esta vez ya no me dirigía por mucho tiempo hacia Paris comenté. Iría a una antigua ciudad considerada la Florencia de la Europa del Este. Una ciudad con un pasado xenófobo y de reinos antepasados llenos de esplendor a la orilla del río Elba, en una región Alemana llamada Sajonia. Allí me presentaría a una entrevista doctoral al instituto Max Planck de Biología Molecular y Celular.
Después de un rato de conversa sobre la vida, los amores, los estudios, la familia y el futuro. Decidieron que llamarían a Oscar para que viniera a hacerme compañía mientras el vuelo llegaba.
Casualmente y hacía un año, mi amigo había estado a la misma hora en el mismo aeropuerto, despidiéndome cuando viajaba a Francia, esta vez lo vería de nuevo en las mismas circumstancias. Lo cual me llenó de emoción.
Doña Lucy y Nathalia se fueron luego de esperar al novio de Nathalia y a la hora y media mi amigo llegó con su novia Diana Lucía. La fraternidad nos envolvió mientras conversábamos alborotadamente sobre la vida, y los deseos de seguir. Soñando despiertos en el café del aeropuerto. Ya vendrá la hora en la que podremos conversar por largo rato, fundar una biblioteca gigante, tener otra para nosotros, leer en una cabaña al lado del mar arreglar y desbaratar el mundo que con el simple hecho de conversar, y discutir y manotear ideas al aire. Hemos hecho bastante con nosotros y lo que falta aún es mucho mas interesante.
Era hora, y me tocaba enfrentar la serpiente antes de la aduana a Cerberos antes de pasar al duty free del aeropuerto y tener la noche mas corta y el día mas corto mientras se vuela de Sur América hasta el viejo mundo y se llega justo al anochecer del dia siguiente. Verlos nuevamente en la puerta despedirme de ellos y ellos de mí, me hacía ver intensamente la idea de que los tres viajabamos de nuevo a parajes no descubiertos y que nos volveríamos a ver.
Andrés.
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