La casa rodada
Era una casa sin puerta, abierta y distraída, un patio mojado por el alboroto y la corotera maldita de una fiesta de despedida. Era una casa de tierra, polvo y espinos, un costal con ventanas un monumento a la pereza, una perorata de arena que crujía cuando el sol caía en un abrazo de canela bajo el mango triste. Un ventarrón de paso y una abeja perdida.
Era una casa de dientes pa afuera con número en puerta y un buzón de ella salía, uno sin nombre pues no había mas que una puerta caída. Unas bisagras podridas con plantitas que salían y cantaban y se despedían. Unos ojos aparecían y un bostezo de tiempo se esparcía bajo la sombra del mango y la placa de la calle oxidada se blandía como la bandera del olvido en un sueño de la tarde. Mientras el sol bajaba, su canto se hacía grave y morrongo. Con el cielo anaranjado con los mangos en el piso y la mugrera carnavalera recorriendo la verja a lo largo y a lo ancho de la calle.
Era una casa de sombras azules, de verdes oscuros y luciérnagas como bulbos cebollines de colores que como cometines de destello, se paseaban sin verguenza. Que con la algarabía por el mercado de los grillos y los sapos que en el buzón con la puerta caída allí vivían atestiguaban que la arena se escurría regordeta y rechoncha amasijando la verja quebrando la bisagra, respirando hondo pa afuera sacando los dientes.
Era una casa sin puerta ni ventana, húmeda y desordenada, era una casa sombría por un mango triste y desparramado, con termitas que lo amarran por el pecho y lo sostienen y lo consumen. Era una casa triste con número en puerta, buzón y bisagras caídas.
Era una casa de dientes pa afuera con número en puerta y un buzón de ella salía, uno sin nombre pues no había mas que una puerta caída. Unas bisagras podridas con plantitas que salían y cantaban y se despedían. Unos ojos aparecían y un bostezo de tiempo se esparcía bajo la sombra del mango y la placa de la calle oxidada se blandía como la bandera del olvido en un sueño de la tarde. Mientras el sol bajaba, su canto se hacía grave y morrongo. Con el cielo anaranjado con los mangos en el piso y la mugrera carnavalera recorriendo la verja a lo largo y a lo ancho de la calle.
Era una casa de sombras azules, de verdes oscuros y luciérnagas como bulbos cebollines de colores que como cometines de destello, se paseaban sin verguenza. Que con la algarabía por el mercado de los grillos y los sapos que en el buzón con la puerta caída allí vivían atestiguaban que la arena se escurría regordeta y rechoncha amasijando la verja quebrando la bisagra, respirando hondo pa afuera sacando los dientes.
Era una casa sin puerta ni ventana, húmeda y desordenada, era una casa sombría por un mango triste y desparramado, con termitas que lo amarran por el pecho y lo sostienen y lo consumen. Era una casa triste con número en puerta, buzón y bisagras caídas.
Comentarios
Publicar un comentario