El loco

Hace ya bastantes años han pasado desde que empecé a tomarme el caldito de papa en las noches acompañado de mi abuelita (ita). Durante mi infancia vivî con mi mamá en casa de la ita. En las mañanas salía vestido de superman al jardín de niños con una loncherita chachareta del hombre araña caminando cada bordillo que me encontraba por el camino, yendo de la mano de mi abuelita.

Conociendo la latente esquizofrenia y capacidad para desvanecerme en el mundo, seguramente me creía superman y el hombre araña combinados, lo recuerdo y me da risa. En el jardín, una batalla de mordiscos me esperaba, el olor a orín de los bastardines que habitaban allí solo me hacía recordar el bienestar que me causaría estar en el apartamento jugando, pintando, coloreando, recortando o preguntando cualquier tipo de extravagancias sobre el hombre verde (mi favorito) en ese preciso momento. Al terminar la  jornada en el jardín, mi papá o mi mamá, mi abuelo, el tío Oscar o el tío Hernán me recogian y me daban vueltas por doquier. En ese entonces, Bogotá era mucho mas fría, llena de eucaliptos y pinos, mas seca y neblinosa.

Si salía con mi papá, daba vueltas por el centro, su oficina, las secretarias me aplastaban los cachetes, me daban torticas, café (el niño toma café Alcibiades?). Vaya ganas de verme a mi o a mi papá haciendo de papá porque la morbidez de las secretarias es insaciable. Si era con el tío Oscar, recuerdo dar vueltas en diferentes carros, sus amigos, raquetas, bolas de tenis, rock de los 80's, picnics etc. Si era con el tío Hernán, dábamos un par de vueltas con sus amigos, luego me llevaba a la casa de mi abuelo, donde él vivía en esa época y me ponía a jugar con la inmensa colección de carritos que entre los dos tenían, mas los cacharros de mi abuelo; motores, imanes, cablecitos y demás. Con mi madre, las tardes eran llenas de pastelitos y el planetario por lo general con mi abuelo o mi tía pato. Esa bóveda que se convertía en una infinidad de punticos y uno salía disparado del planeta hacia las estrellas; naturalmente como superman.

Cada tarde llegaba al apartamento con mi abuelita, y ella me tenía preparada un caldito de papa, con costillita o pollo y cilantro, arrocito y un bocadillo de guayaba como postre. Delicioso pero... desde que tengo uso de razón, siempre he cenado tarde en la noche. Así que entretenía a mi abuelita con las aventuras del día, y no me tomaba la sopita hasta que saciado de hablar tanta carreta, me daba hambre. Por supuesto, ella no desistiría en su afán por hacerme comer a las siete de la noche todos los dias.

Su estrategia, se llamaba el loco. Un tipo de la calle, greñudo, peludo, con una manta curtida de mugre de la calle, hediondo y con hambre, se subía cuatro niveles en el conjunto residencial la esmeralda en Bogotá, con el único objetivo de comerse mi sopa. Este ser hacía un ruido estrepitoso en el patio de ropa, se montaba en una sillita gris y me observaba por entre unas enredaderas que separaban la cocina, del patio de lavado.

Entre las sombras, lo veía o al menos me parecía verlo! se sacudía en silencio y la silla sonaba estruendosa. Mi abuelita salía corriendo a espantarlo y me decía. Ya se fue, pero dijo que si no te tomas la sopa, vuelve en quince minutos y apuntaba al reloj hexagonal en la pared diciéndo; cuando la patica mas larga llegue al número tal, ahí van quince minutos. Yo abria la boca y me atragantaba con la tal "sopita" que con el susto no sabía a nada, las papas se me trababan en los cachetes y mi boca no daba abasto para ir mas rápido, yo me calmaba, se me olvidaba y otra vez a echar carreta y entretener a mi abuela.

Quince minutos y el loco? no aparecía, mi abuela iba a la cocina, se tomaba un vaso con agua y regresaba diciéndo, ayy el loco el loco! acto seguido, otro estruendo en el patio de ropa. Yo veía los ojos del loco hambriento y el ciclo continuaba.

Una tarde me estaba acostumbrando a que el bendito loco se quedaba en la cocina y no venía. Yo quería ver al tal loco con mis propios ojos. Mi abuelita, se tomó un receso para ir al baño y me armé de valentía para ir a ver al loco. Pasé la cocina, y luego la pared divisoria. Lo que ví, fue la ventana del patio abierta de par en par y por entre el ojal, un ventarrón que bamboleaba una silla gris, medio puesta contra el guarda escobas, o sea una pata sobre el bordillo de la baldosa y las otras tres contra el recién encerado piso arriba de la silla, contra las enredaderas un gancho de ropa con un par de medias veladas que se bamboleaban como las greñas del loco al viento. De repende la brisa movió el gancho del ramillete, que caía sobre la silla balanceándose y se desgonzaba del bordillo sin fricción, por el piso encerado, haciendo un estruendo el berraco. Juro! que ví al loco en ese momento. Porque sin entender de qué se trataba el montaje, el terror que el sonido me indujo, me hizo correr hasta el comedor y tomarme la sopa de inmediato.

Mi abuelita regresó y sorprendida por la buena nueva rió pícaramente. Yo empezaba a sospechar sobre aquel misterioso montaje en el patio.

Subí muy silencioso a mi cuarto y recordé como todo estaba puesto en ese instante de terror. Luego bajé cuando todo estaba oscuro y armé la trampa como la recordaba. Me subí a mi cuarto y esperé. El viento movió el gancho que movió la silla des-estabilizándola del guarda escobas estruendo hizo salir a mi abuelita de su cuarto a mil por hora, bajando las escaleras del dúplex, gritando: Los ladrones! Y yo decía... y el loco?

Al descubrir la fechoría, los dos explotamos de la risa de inmediato.


Andrés

Comentarios

  1. Bellas épocas que viviste con este bello ser, madre y abuela siempre sus enseñanzas fueron sabias y su cariño tierno "te quiero madre mía"

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